MEDITACIÓN CCLIII
(9 DE SEPTIEMBRE)
Sobre la pretendida ligereza de nuestras murmuraciones.
Punto 1°.- Las creemos leves, cuando nos contentamos
con hacer entender el mal sin decirlo. No querríamos perder a un hombre de
reputación, ni arruinar su fortuna deshonrándole en el mundo. No querríamos
desacreditar abiertamente a una mujer, acerca de artículos delicados; pero arrojamos en el espíritu de los que nos
escuchan mil sospechas que dejan entrever lo que no nos atrevíamos a decir.
Aun encontramos el secreto de murmurar
sin hablar; un gesto, una mirada, una sonrisa maligna, una reticencia afectada,
dan a entender lo que no decimos. Mas, ¿qué
importa que se murmure por señales o por palabras? ¿No es siempre murmurar? ¿Y
podemos dudar que Dios no sea igualmente ofendido?
Punto 2°.- Creemos las murmuraciones ligeras, cuando no
se trata sino de los defectos naturales, sin atacar las costumbres. Miramos
esta clase de defectos como una presa abandonada a la murmuración. Pero ¿qué acaso es indiferente a un hombre que
sus defectos naturales sean conocidos o que no lo sean? Además de la reputación
de las costumbres, ¿no hay una que aunque le está en verdad subordinada, pero
que no deja de ser preciosa, y que las caridad obliga a considerar? Si cuando
exigís de los otros tantos miramientos y consideración tenéis tan pocos para
con ellos, ¿los amaréis como a vosotros mismos?
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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