MEDITACIÓN
CCLXXI
(27 DE SEPTIEMBRE)
De la continua atención a la presencia de Dios.
Punto 1°.- Esta atención es el verdadero medio de
santificar todas nuestras acciones; porque ¿Cómo nos atreveríamos a pecar en la presencia de nuestro Amo y nuestro
Juez, de un Amo y un Juez omnipotente? Mejor quiero morir, decía la casta
Susana, que pecar en presencia de mi Dios… El Señor estaba sin cesar presente a
mis ojos, decía el Profeta, porque sé que está siempre a mi derecha para
sostenerme. ¡Qué respeto, qué sumisión y
qué reserva me inspira la vista de un monarca temido de sus súbditos! ¡Pues qué
impresión no debe hacer en un corazón cristiano la presencia de un Dios!
Punto 2°.- Esta atención es el verdadero medio de orar
siempre. Jesucristo y sus apóstoles nos mandan orar sin cesar, sin descanso
y sin interrupción. ¿Pues quién será el
que cumple mejor con este deber, sino el que este continuamente atento a la
presencia de Dios? Un cristiano ora sin cesar, dice san Hilario, cuando por
las obras agradables a Dios, hechas
siempre por su gloria y santificadas por su presencia, toda su vida viene a
ser una serie continua de alabanzas, de bendiciones, de oraciones y de acciones
de gracias; todo lo que la religión y el
deber le prescriben, lo hace bajo las miradas de Dios; lo hace con el auxilio de la protección de Dios; y por esto está
siempre en oración y en unión con Dios.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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