MEDITACIÓN XCVII
(6 DE ABRIL)
Sobre la verdadera penitencia.
Punto 1°.- ¿En qué consiste la
verdadera penitencia? Si la consideráis en
su naturaleza, consiste en una
detestación voluntaria del pecado considerado como ofensa a Dios, junta con la
resolución de repararlo, expiarlo y tomar todas las precauciones necesarias
para no volverlo a cometer. Notad, 1°. Que esta detestación no es una
simple interrupción un simple disgusto del pecado; sino un odio, una aversión
dolorosa y acompañada de arrepentimiento y de pesar; 2°. Que esta detestación
no es un disgusto pasajero y compatible con la recaída y vuelta al pecado,
puesta que debe estar junta con la resolución de repararlo por medio de obras
expiatorias, y de destruirlo por los remedios y las precauciones convenientes;
3°. Que esta detestación no considera al pecado respecto a su deformidad, su
fealdad, y a los inconvenientes temporales y humanos que puede producir, sino
que lo considera como ofensa de Dios.
He aquí lo que la verdadera penitencia nos hace aborrecer y detestar en el
pecado.
Punto 2°.- Si la consideráis en
su extensión, se extiende a todos los pecados sin excepción. ¿Conservas todavía apego por un solo pecado?
Pues no sois un verdadero penitente; vuestra penitencia no es más que una disposición
contradictoria por la cual os volvéis al mismo tiempo a Dios y contra Dios; os volvéis
a Dios para amarlo renunciando a algunos pecados; y contra Dios para ultrajarlo,
permaneciendo apegado a los otros.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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