MEDITACIÓN CXI
(20 DE ABRIL)
De la obligación que tenemos de
llevar una vida penitente y mortificada.
Punto 1°.- Debemos llevar una vida penitente, como cristianos, según
esta máxima: Tota vita cristiani perpetua
debet ese poenitentia: Toda la vida de un cristiano debe ser una
penitencia continua. Notad: 1° que no se dice algunas acciones particulares
de la vida, sino la vida misma; 2° que no se dice algunos años, algunos días o
algunos instantes, sino toda la vida, tota
vita; 3° que no se dice la vida de un solitario retirado en el desierto,
sino la de un cristiano, y de todo cristiano de cualquier estado que sea, tota vita cristiani; porque todo
cristiano es miembro y discípulo de Jesucristo, y no puede esperar salvarse,
sino en cuanto haya conformado su vida y su conducta a la de Jesucristo, su
maestro, su salvador, su cabeza y su modelo.
Punto 2°.- Debemos llevarla como
pecadores, puesto que delante de Dios somos unos criminales obligados a
satisfacer a su justicia por la expiación de nuestros pecados, y a prevenir con
la penitencia los terribles castigos con que nos amenaza. ¿Y cómo sería posible
juntar la penitencia con las expansiones de la alegría, la satisfacción de sus
deseos y la embriaguez de la voluptuosidad? Un pecador penitente proporciona a su estado y a sus fuerzas la
mortificación exterior de sus sentidos: sabe que Jesucristo no ha llevado una
vida tan austera como la de Juan Bautista; pero no pone límites a la
mortificación interior de sus pasiones; y por esto principalmente se esfuerza
en alcanzar en cuanto le es posible a la perfección de su divino modelo.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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