MEDITACIÓN CIII
(12 DE ABRIL)
Sobre el aborrecimiento al pecado.
Punto 1°.- Debemos aborrecer el
pecado porque desagrada a Dios; y como
no hay ningún pecado que no le desagrade, no hay ninguno que no estemos
obligados a aborrecer: no hay reserva ni excepción en el aborrecimiento que
Dios tiene por todo lo que se llama pecado: y así no debe haber ni excepción ni
reserva en esta aversión saludable que un pecador que quiere convertirse a
concebido por todo lo que desagrada a Dios. Esta aversión se extiende hasta los objetos que le llevan al pecado,
hasta las ocasiones capaces de comprometerlo en él. Descended aquí hasta
los abismos de vuestra conciencia: ¿No
hay algún pecado, algún hábito, alguna ocasión peligrosa, que no podéis
resolveros a sacrificar porque estáis adherido a ella más que a todo lo demás?
Punto 2°.- Debemos aborrecer el
pecado para siempre. Si la cólera de
Dios contra el pecado fuera capaz de disminuirse: si lo aborreciese más en un
tiempo que en otro; si los pecados de la juventud le pareciesen más ligeros que
los de la edad madura; si los desórdenes que se han hecho costumbre pudiesen
encontrar gracia a sus ojos, nuestro aborrecimiento contra el pecado podría
crecer o disminuir según los usos, según los días y según las edades. Pero no:
el aborrecimiento que Dios tiene al
pecado, es constante he invariable, es independiente de los tiempos y de las
vicisitudes de los años y de los siglos, y así, la nuestra debe, si es posible,
igualar a la suya; y cuando se renuncia una vez al pecado, es preciso
renunciarle para siempre.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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