sábado, 16 de abril de 2016

MEDITACIÓN CVIII (17 DE ABRIL)

MEDITACIÓN CVIII
(17 DE ABRIL)   

Sobre la expiación del pecado



Punto 1°.- Necesidad de esta expiación. La expiación difiere de la reparación del pecado, en cuanto a que esta destruye por las acciones contrarias las consecuencias y los efectos del pecado; en lugar que por la expiación se castiga uno a sí mismo del pecado que ha cometido: porque es necesario que el pecado sea castigado aun cuando esté perdonado: pues Dios no nos concede el perdón que nos ofrece sino por esta condición. Aunque la carne por ello se estremezca, aunque el mundo por ello murmure, aunque la herejía lo dispute, aunque la naturaleza se alarme; por ello, es una verdad de fe, una verdad capital que la remisión del pecado no encierra en sí la remisión de la pena debida al pecado.     


Punto 2°.- Medida de esta expiación. Esta debe ser proporcionada a la calidad, al número y a la duración de los pecados. Acordémonos que en los tiempos en que la iglesia ejercía con entera libertad toda la severidad de la antigua disciplina, había algunos pecados que era necesario expiar por diez años enteros de ayunos, de humillaciones y austeridades. Esta severidad ha cesado; más la obligación de expiar los pecados con obras satisfactorias y proporcionadas a su enormidad y a su número, subsistirá siempre. Armaos pues contra vosotros mismos de un santo rigor, si habéis tenido la desgracia de ofender gravemente a la justicia divina: y si los médicos de vuestra alma son demasiado indulgentes, suplid a su indulgencia por vuestra severidad, según el pensamiento de san Bernardo: Si medicus clementior fuerit, tu age pro te ipso (Si el medico fuera clemente, selo tú por él). 

Oración Universal

Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).

Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento. 

Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor. 

Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder

Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos. 

Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis. 

Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma. 

Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen. 

Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo. 

Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos. 

Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.  

Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad. 

No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones. 

Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular. 

Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación

Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad

Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor

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