MEDITACIÓN CVI
(15 DE ABRIL)
Sobre el combate de la carne contra
el espíritu.
Punto 1°.- Este combate es la
prueba de nuestra virtud. Hay en el cristiano dos hombres diferentes: el
hombre carnal y el hombre espiritual, el hombre de Dios y el hombre de pecado,
el hijo de ira y el hijo de la gracia,
uno es el vástago impuro y terreno de Adán pecador y desobediente; el otro está
ingerido en Jesucristo y regenerado por la gracia del bautismo. Hay pues un combate perpetuo entre estos
dos hombres: lo que uno aprueba, el otro lo condena; lo que uno busca el otro
lo teme, uno quiere seguir la ley de la carne, el otro no obedece sino a la del
espíritu. No hay duda que es humillante y doloroso para el justo tener que
sostener esta guerra intestina, y encontrar en sí dos voluntades diferentes y
siempre opuestas; mas esta oposición era necesaria para ejercitar y probar su
virtud.
Punto 2°.- Medios de triunfar en este combate. La fe, la oración. La vigilancia, la confianza en Dios, la
mortificación de los sentidos, son las armas que debemos emplear para combatir
y para vencer este hombre carnal y terreno, este hombre de pecado, este
peligroso enemigo que llevamos en nosotros mismos. Dios es quien nos da esas
armas de luz, y el socorro de su gracia es el que contribuye principalmente a
hacerlas victoriosas.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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