MEDITACIÓN CXVII
(26 DE ABRIL)
Que no debe dilatarse la conversión.
Punto 1°.- No dilatéis, dice
el sabio, el convertiros al Señor, y no
lo difiráis de día en día, porque en primer lugar, no estáis seguro del tiempo.
¿Cuándo vendrá, en efecto, ese tiempo en que os proponéis cambiar de vida? Tal vez estará aún más lleno de los
embarazos y de las solicitudes del siglo que este que descuidáis; nuevos lazos,
nuevas dificultades, y nuevos obstáculos se opondrán aún a esos proyectos de
conversión que nada tienen de verdadero.
Punto 2°.- No estáis seguro de
vos mismo. El hombre es inconstante
para el bien y constante para el mal. Miráis vuestra conversión como un
fruto que no está maduro todavía, pero que madurará en su tiempo; y os figuráis
que en ese tiempo vuestras resoluciones serán más firmes, vuestras pasiones
menos vivas, vuestras repugnancias menos fuertes y vuestras afecciones menos
sensibles. Mas desengañaos; este tiempo
podrá venir, pero no os aprovecharéis de él. Ese movimiento de piedad que
sentís actualmente, más bien es el que se debilitará, ese deseo de conversión
desaparecerá tal vez; os sentiréis más disgustado de la virtud y más afirmado
en el vicio; no tendréis ya los mismos sentimientos para con Dios y por vuestra
salvación; y sólo seréis el mismo para el mundo y para el pecado.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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