viernes, 22 de abril de 2016

MEDITACIÓN CXIV (23 DE ABRIL)

MEDITACIÓN CXIV
(23 DE ABRIL)

Sobre el recuerdo de los días que se han pasado en el olvido de Dios 
y de sus deberes.



Punto 1°.- El tiempo pasado no es más que un sueño, respecto de los bienes de este mundo de que hemos gozado. ¿Qué os queda al presente de esos vanos placeres, de esas frívolas distinciones que han hecho por tanto tiempo la dulzura y el encanto de vuestra vida? Y aun cuando los hubieseis gozado por muchos años, ¿qué ventaja tenéis sobre aquél que no los hubiera gozado más que un instante? Todo ha pasado igualmente para vos y para él, y el pasado no es nada, no tiene existencia ni realidad; es un sueño que ha desaparecido; es una sombra, un vapor, un sonido que se disipa; y no queda de él más que el recuerdo, y este recuerdo bien pronto se borrará. Los pecadores, dice el Profeta, han acabado su sueño, y no han encontrado nada en sus manos. Dormicrunt somnum suum, et nihil invenerunt viri divitiarum in manibus suis.

Punto 2°.- El tiempo pasado es un mal verdadero respecto de los pecados que hemos cometido. Estos pecados ya no son, pero han sido: el encanto se desvaneció, pero la mancha subsiste todavía. No os engañéis, decía san Bernardo, vuestros pecados han pasado fuera de la mano, fuera de la acción, pero han quedado sobre vuestra conciencia: Transierunt a manu, non transierunt a mente. Ya no los cometeréis, pero siempre será verdad que los habéis cometido: Facere in tempore fuit, fecisse in sempiternum manet. Y esto es en lo que se funda la verdad de esta máxima: Bástale al justo el haber pecado una vez para condenarse él mismo a un arrepentimiento eterno: Justo satis est peccase semel ad fletus aeternus.   

Oración Universal

Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).

Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento. 

Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor. 

Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder

Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos. 

Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis. 

Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma. 

Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen. 

Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo. 

Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos. 

Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.  

Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad. 

No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones. 

Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular. 

Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación

Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad

Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.

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