MEDITACIÓN CXVIII
(27 DE ABRIL)
Sobre la falsa idea que se forman
los pecadores
acerca de la misericordia de Dios.
Punto 1°.- La creen infinita, se creen asegurados y se hacen de esto
un título y un motivo para perseverar en sus desórdenes. No se engañan en creer
que la misericordia de Dios es infinita,
puesto que lo es en efecto, lo mismo que los demás atributos de Dios, pero se engañan en cuanto que no hacen reflexión
que esta misericordia es infinita en un sentido y limitada en el otro. Es
infinita, en cuanto a que se extiende a todos los hombres y a todos los
pecadores; en que no hace ninguna
distinción entre el judío y el gentil, porque todos tienen un mismo Señor que
derrama sus riquezas sobre aquellos que lo invocan; en que perdona los
crímenes más negros; las maldades más inauditas, y por esta razón ni los más
grandes pecadores deben desesperar nunca de su salvación.
Punto 2°.- Es limitada, cuando el pecador se obstina,
cuando resiste, cuando difiere siempre el convertirse; porque entonces es el Señor cuya paciencia ha
cansado, cierra las entrañas de su misericordia, y rehúsa escuchar la voz de
aquellos que se han endurecido a la suya. Esto es lo que anunciaba a todo
el género humano el Ángel de quien se habla en el Apocalipsis, que poniendo un pie sobre la tierra y el otro
sobre el mar, levantó la mano hacia el cielo y juró por el nombre del Eterno,
que el tiempo había terminado: Quia
tempus non erit amplius; es decir, que
el tiempo de la Misericordia había pasado, y que el Señor iba a dar libre curso
a su Justicia.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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