viernes, 31 de agosto de 2012

LA REVOLUCIÓN (3)

Por Mons de Segur

III. LA REVOLUCION, HIJA DE LA INCREDULIDAD.

Para juzgar la Revolución, hasta saber si se cree o no en Jesucristo. Si Cristo es Dios hecho Hombre, si el Papa es su Vicario, si la Iglesia es obra suya y tiene su misión, claro está que tanto las sociedades como los individuos deben obediencia a los mandamientos del Papa y de la Iglesia, que son los mandatos de Dios mismo.  

La Revolución, que pone por principio la independencia absoluta de las sociedades para con la Iglesia, es decir, la separación de la Iglesia y del Estado, declara por eso solo que no cree en el Hijo de Dios y es juzgada de antemano, según las palabras del Evangelio.  

Resulta, pues, que la cuestión revolucionaria es también una cuestión de fe. Cualquiera que crea en Jesucristo y en la misión de su Iglesia, no puede ser revolucionario, si es lógico, y cualquier incrédulo, cualquier protestante, dejará de serlo si no adopta el principio apóstata de la Revolución, y no combate á la Iglesia bajo su bandera. En efecto, la Iglesia católica, si no es divina, usurpa de un modo tiránico los derechos del hombre.  

Jesucristo, ¿es Dios? ¿Le pertenece el poder infinito en el cielo y en la tierra? Los Pastores de la Iglesia y el Sumo Pontífice a su cabeza, ¿tienen ó no tienen por derecho divino la misión de enseñar a todas las naciones y a todos los hombres lo que es preciso hacer ô evitar para cumplir la voluntad de Dios? ¿Existe acaso un hombre, príncipe o vasallo, existe una sociedad que tenga el derecho de rechazar esta enseñanza infalible, o de sustraerse a esta alta dirección religiosa? Ahí está todo. Es una cuestión de fe, de catolicismo. El estado deba obediencia al Dios vivo, lo mismo que la familia y el individuo. Es cuestión de vida, tanto para el uno como para el otro

No hay comentarios:

Publicar un comentario