miércoles, 29 de agosto de 2012

LA REVOLUCIÓN (2)

Por Mons de Segur

II. LO QUE ES LA REVOLUCIÓN Y CÓMO ES UNA CUESTIÓN RELIGIOSA NO MENOS QUE POLÍTICA  

La Revolución no es una cuestión puramente política, sino también religiosa, y bajo este punto de vista únicamente hablo de ella aquí La Revolución es, no solamente una cuestión religiosa, pero es la gran cuestión religiosa de nuestro siglo. Para convencerse de ello, basta la reflexión y concretar la cuestión.  

Tomada en su sentido más general, la Revolución es la rebeldía erigida en principio y en derecho. No se trata del mero hecho de la rebelión, pues en todos tiempos las ha habido; se trata del derecho, del principio de rebelión, elevado a regla práctica y fundamento de las sociedades; de la negación sistemática de la autoridad legítima, de la teoría, de la rebelión, de la apología y orgullo de la misma, de la consagración legal del principio de toda rebelión. Tampoco es la rebelión del individuo contra su legítimo superior; esto se llama desobediencia: es la rebelión de la sociedad, como sociedad; el carácter de la Revolución es esencialmente social, y no individual

Tres grados hay en la Revolución.  

La destrucción de la Iglesia, como autoridad y sociedad religiosa, protectora de las demás autoridades y sociedades; en este grado, que nos interesa directamente, la Revolución es la negación de la Iglesia erigido en principio y formulado en derecho; la separación de la Iglesia y del Estado, con el fin de dejar a éste descubierto y quitarle su apoyo fundamental.   

La destrucción de los tronos y de la legítima autoridad política, consecuencia inevitable de la destrucción de la autoridad católica. Esta destrucción es la última expresión del principio revolucionario de la moderna democracia, y de lo que se llama hoy día la soberanía del pueblo.   

La destrucción de la sociedad, es decir, de la organización que recibió de Dios: de otro modo; la destrucción de los derechos de la familia y de la propiedad en provecho de una Abstracción, que los doctores revolucionarios llaman el Estado.   

Es, por último, el socialismo, fin principal de la Revolución perfecta, rebelión postrema, destrucción del último derecho. En este grado, la Revolución es, o más bien sería, la destrucción completa del orden divino en la tierra, y el reinado perfecto del demonio en el mundo.   

Formulado por la vez primera por J. J, Rousseau, y luego en 89 y 93 por la Revolución francesa, la Revolución se mostró, ya en su origen, como la enemiga implacable del cristianismo. Sus furiosas persecuciones contra la Iglesia recuerdan las del paganismo. Ella sacrificó Obispos, asesinó Sacerdotes y todo clase de católicos, cerró ó destruyó templos, disperso las órdenes religiosas, y arrastró por el fango las cruces y reliquias de los Santos. Su rabia se encendió por toda Europa, rompió todas las tradiciones, y hasta llegó a creer un momento, haber destruido el catolicismo, al cual llamaba, con desprecio, una superstición antigua y fanática.   

Sobre este montón de ruinas ha levantado un nuevo régimen de leyes ateas, de sociedades sin religión, de pueblos y Reyes absolutamente independientes. Desde hace sesenta años ya dilatándose mas y mas, crece y se extiende en el mundo entero, destruyendo por do quiera la influencia social de la Iglesia, pervirtiendo las inteligencias, calumniando al clero, y minando por sus cimientos el gran edificio de la fe.    

Bajo el punto de vista religioso, la Revolución puede definirse del modo siguiente: La negación legal del Reino de Jesucristo en la tierra; la destrucción social de la Iglesia. Combatir la Revolución es, por lo tanto, un acto de fe, un deber religioso de la mayor importancia. Obrando así se obra además como buen ciudadano y hombre de bien, pues se defiende la patria y la familia. Si los partidos políticos de buena fe, y que conservan su honra, la combaten bajo sus puntos de vista, nosotros los cristianos, debemos combatirla bajo los nuestros, que son mucho más elevados, pues defendemos aquello que amamos mas que a nuestra vida.     

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