II. LO QUE ES LA
REVOLUCIÓN Y CÓMO ES UNA CUESTIÓN RELIGIOSA NO MENOS QUE POLÍTICA
La Revolución no
es una cuestión puramente política, sino también religiosa, y bajo este punto de vista
únicamente hablo de ella aquí La Revolución es, no solamente una cuestión religiosa,
pero es la gran cuestión religiosa de
nuestro siglo. Para convencerse de ello, basta la reflexión y concretar la cuestión.
Tomada
en su sentido más general, la Revolución
es la rebeldía erigida en principio y en derecho. No se trata del mero hecho
de la rebelión, pues en todos tiempos las ha habido; se trata del derecho, del principio de rebelión, elevado a regla práctica
y fundamento de las sociedades; de la negación sistemática de la autoridad
legítima, de la teoría, de la rebelión, de la apología y orgullo de la misma,
de la consagración legal del principio de toda rebelión. Tampoco es la rebelión del individuo contra su legítimo superior; esto
se llama desobediencia: es la rebelión de la sociedad, como sociedad; el
carácter de la Revolución es esencialmente social, y no individual.
Tres grados hay
en la Revolución.
1°
La destrucción de la Iglesia, como
autoridad y sociedad religiosa, protectora de las demás autoridades y
sociedades; en este grado, que nos interesa directamente, la Revolución es la negación
de la Iglesia erigido en principio y formulado en derecho; la separación de la
Iglesia y del Estado, con el fin de dejar a éste descubierto y quitarle su
apoyo fundamental.
2°
La destrucción de los tronos y de la
legítima autoridad política, consecuencia inevitable de la destrucción de
la autoridad católica. Esta destrucción es la última expresión del principio
revolucionario de la moderna democracia, y de lo que se llama hoy día la
soberanía del pueblo.
3º
La destrucción de la sociedad, es decir,
de la organización que recibió de Dios: de otro modo; la destrucción de los
derechos de la familia y de la propiedad en provecho de una Abstracción, que
los doctores revolucionarios llaman el Estado.
Es,
por último, el socialismo, fin principal de la Revolución perfecta, rebelión
postrema, destrucción del último derecho. En este grado, la Revolución es, o más bien sería, la destrucción completa del orden
divino en la tierra, y el reinado perfecto del demonio en el mundo.
Formulado
por la vez primera por J. J, Rousseau, y luego en 89 y 93 por la Revolución
francesa, la Revolución se mostró, ya en
su origen, como la enemiga implacable del cristianismo. Sus furiosas
persecuciones contra la Iglesia recuerdan las del paganismo. Ella sacrificó Obispos, asesinó Sacerdotes
y todo clase de católicos, cerró ó destruyó templos, disperso las órdenes religiosas,
y arrastró por el fango las cruces y reliquias de los Santos. Su rabia se
encendió por toda Europa, rompió todas las tradiciones, y hasta llegó a creer
un momento, haber destruido el catolicismo, al cual llamaba, con desprecio, una
superstición antigua y fanática.
Sobre
este montón de ruinas ha levantado un
nuevo régimen de leyes ateas, de sociedades sin religión, de pueblos y
Reyes absolutamente independientes. Desde hace sesenta años ya dilatándose mas
y mas, crece y se extiende en el mundo entero, destruyendo por do quiera la
influencia social de la Iglesia, pervirtiendo las inteligencias, calumniando al
clero, y minando por sus cimientos el gran edificio de la fe.
Bajo el punto de
vista religioso, la Revolución puede definirse del modo siguiente: La negación
legal del Reino de Jesucristo en la tierra; la destrucción social de la Iglesia. Combatir la Revolución es, por lo tanto, un acto de fe, un deber
religioso de la mayor importancia. Obrando así se obra además como buen ciudadano
y hombre de bien, pues se defiende la patria y la familia. Si los partidos políticos de buena fe, y que conservan su honra, la
combaten bajo sus puntos de vista, nosotros los cristianos, debemos combatirla bajo
los nuestros, que son mucho más elevados, pues defendemos aquello que amamos
mas que a nuestra vida.
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