jueves, 26 de diciembre de 2013

LA REVOLUCIÓN (20)

XX. DE LAS VARIAS ESPECIES DE REVOLUCIONARIOS.



Siendo la Revolución una idea, un principio, todo hombre que se deja dominar por esta idea, por este principio, es un revolucionario. Lo es mas o menos, según entra mas o menos en el lazo.  

Se pueden y deben distinguir muchas categorías de revolucionarios. Los primeros y más culpables, que más se acercan a Satanás, su padre, son aquellos hombres malvados que conspiran a sangre fría contra Dios y contra los hombres, seducen y engañan a los pueblos, y conducen, cual capitanes esforzados, el ejército del infierno al asalto de la Iglesia y de la sociedad. No constituyen estos mas que un pequeño número; pero los que hay, son imágenes verdaderas del demonio

A estos siguen aquellos que, menos imbuidos de la idea revolucionaria, pero tan perversos como los otros, conducen también la Revolución a su destino final, y quieren abiertamente concluir con el orden social católico y aun con el verdadero principio monárquico; rechazando, sin embargo, al mismo tiempo el asesinato y el pillaje. Estos son los Mirubeau, los Palmerston, los Cavour, y todos esos impíos que, de un siglo a esta parte, volviendo la política, las leyes e instituciones civiles contra la Iglesia de Jesucristo, son el azote de la sociedad cristiana. Estos saben contenerse mas que los primeros, saben colorear con más habilidad sus proyectos anticatólicos, y no inspiran horror; pueden hablar y escribir a la faz de todos, y disponen de un gran poder material y moral; creen ser los conductores, y son ellos mismos conducidos. El gran número de los revolucionarios de esta clase, y los medios de acción de que disponen, los hacen muy temibles. 

Deben ocupar el tercer puesto aquellos hombres de orden hijos del 89, que quieren hacer abstracción completa de la Iglesia en todo el orden político y social. Sus intenciones son a veces honrosas; pero les falta el sentido antirrevolucionario, que es la fe, que es el sentido católico. No detestan a la Iglesia; aun le conceden cierto respeto vago y efímero pero no la comprenden, y le impiden salvar la sociedad, que solo por ella puede salvarse. La acción revolucionaria de estos hombres es mas bien negativa que positiva. Son, de un siglo a esta parte, pocos los hombres políticos de Europa que no pertenezcan â esta numerosa categoría de revolucionarios. Casi todo el periodismo europeo está en sus filas y a su servicio. Así es que forman la semilla de los francmasones.  

Tras estos vienen los hombres de imaginación exaltada y sin ninguna instrucción religiosa, pero que tienen el corazón bueno y noble, que toman las ideas democráticas por arranques generosos, por amor al pobre pueblo, por patriotismo y de buena fe creen que la Revolución es un progreso saludable y la religión de la libertad. A esta clase de hombres siempre les gustan las reformas; pero al mismo tiempo aborrecen los motines. Son unos pobres extraviados, que obran el mal sin saberlo. Una instrucción sólida y una conversión religiosa los ganaría completamente para la buena causa

En fin, muy cerca de nosotros, pero siempre en el campo de la Revolución, encontramos un número considerable de honrados cristianos, y que practican la Religión; pero poco instruidos, que se dejan deslumbrar por el prestigio del liberalismo, y quieren conciliar el bien con el mal. Sus preocupaciones de política, de posición social, paralizan prácticamente las ideas de respeto que tienen en su corazón hacia los derechos de la Religión. Les gusta el sacerdote, y sin embargo temen su influencia. Critican de buena gana al Papa y al Obispado, toman fácilmente el partido del Estado contra la Iglesia, de lo temporal contra lo espiritual, en cuanto a política no tienen mas principio que el liberalismo, que no lo es. La palabra libertad basta para trastornarles, y, a su modo de ver, el único remedio para todos los males es la secularización y la moderación.  

Que lo quieran o no, todas estas clase de hombres pertenecen al partido de la Revolución, al partido del verdadero desorden, de la desorganización religiosa y política de la sociedad. Los primeros y segundos son los conductores, y los otros son los instrumentos, cuando no los engañados. Todos están y se hallan envueltos en la inmensa red de que hablé mas arriba la Venta Suprema; los últimos, los revolucionarios honrados, detestan y temen a los otros, como un pez pequeño a otro grande, pero siempre sucede que este devora a aquel.  

Que cada cual se examine y se juzgue; que vea en conciencia y en la presencia de Dios, si pertenece a una de estas cinco clases que acabo de enumerar. La fortuna, el rango, nada tienen que ver en ello; se puede ser revolucionario en cualquiera de los grados de la escala social; es cosa puramente de principio o de conducta. Cualquiera que en su inteligencia y sus actos, en su conducta pública o privada, por sus palabras, sus obras, sus ejemplos, de cualquier modo que sea, viole el orden social católico establecido por Dios para la salvación del mundo, es revolucionario; que sea grande o pequeño, eclesiástico o seglar, eso nada hace al caso. Hay revolucionarios en todas partes: en los talleres, en los palacios como en las chozas; hay revolucionarios de frac negro y corbata blanca, lo mismo que los hay de capa y chaqueta.  


Solamente los católicos, los verdaderos católicos de corazón y espíritu están fuera del campo de la Revolución; pero deben andar con mucho cuidado para no dejarse seducir en medio del contagio público. Un solo hombre hay en el mundo que está absolutamente al abrigo de la seducción, y es aquel a quien dijo Jesucristo; “He orado por ti, para que tu fe no pueda desfallecer; y tú a tu vez, confirma tus hermanos." El Papa, sucesor de Pedro, Jefe de la Iglesia, está protegido por el mismo Dios contra todos los errores, y, por consiguiente, contra el error revolucionario. Como Papa, como Doctor católico, nunca puede ser seducido*. Unámonos, pues, indisolublemente á la enseñanza pontifical; levantemos nuestras mirada: fieles sobre todas las cabezas, sobre todas las coronas, y aun sobre todos las minas, para fijarlas en la tiara de San Pedro. Saber lo que enseña en el Pontífice romano Vicario de Dios, y creerlo como él, pensar como él, y decir como él: este es el medio único e infalible de precaverse de los lazos de la Revolución. ¡Cuántas ilusiones existen sobre este punto entre aquellos que el mundo llama hombres honrados, y cuantos lobos hay que se creen corderos!  

*  Que pensar ahora que vemos a Francisco (Bergoglio) al servicio de la Revolución.

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