Por Mons de Segur
XXIV.¿ES
PRECISO LUCHAR CONTRA EL IMPOSIBLE?
Todo consiste en saber si es
imposible. Dicen en Francia que esta palabra no existe en el vocabulario
francés. ¿Es verdad? No lo sé; lo que sí sé es que no es palabra cristiana. “Lo
que es imposible para el hombre, siempre es posible para Dios.” Siendo
el mundo pagano, lo que todos sabemos que era, ¿no parecía imposible, y tres
veces imposible que doce pescadores judíos lo convirtieran a la locura de la
Cruz? ¿No parecía imposible que San Pedro reemplazase a Nerón en el Vaticano? La historia de la Iglesia es la historia de
las imposibilidades vencidas; es la realización permanente del oráculo del
Salvador. Et níhil impossíbile erit vobis.
“Para vosotros nada será imposible.”
(Luc. xvii,1 )
Si no me engaño, es menos
difícil de arreglar el mundo actual, que lo que fue para nuestros padres el
arreglar el mundo pagano. Empleemos los mismos medios, las mismas armas, y la
fe triunfará ahora como triunfó entonces.
“Sea, -dirán algunos cristianos
tímidos- pero habiéndose esparcido y arraigado por todas partes las ideas
modernas y democráticas; pareciendo un hecho consumado la imposibilidad para la
Iglesia de ejercer sus derechos sobre las sociedades, y pareciendo que el
porvenir debe favorecer mas y mas este estado deplorable de las cosas, ¿no
sería quizá mas razonable, y acaso aún mas útil a su buena causa, el aceptar el
hecho, el hacer concesiones sobre el derecho, y contemporizar sin temor con los
principios modernos? Obrando de otro modo, ¿no nos exponemos acaso a
comprometerlo todo? Y ¿no sería esto exponer la Religión a recriminaciones
públicas?”
Guardaos de creer esto: En los tiempos de transición como el
nuestro, los hombres no pueden pasarse sin verdad, sin la verdad entera. Las
verdades han sido debilitadas y abandonadas por las pasiones humanas: Diminuta sunt veritates â filiis hominum.
Como depositarios de todos estos principios sagrados de la vida religiosa,
social, política y doméstica, devolvámoslos al mundo, que se muere por falta de
conocerlos. Abajo pues, con la prudencia humana; lo perdería todo. Prurientia carnis, morst est. Seamos
prudentes, esto sí; pero prudentes en Cristo. Pasaremos como siempre, por
insensatos, pero seremos muy sabios. “Insistamos como nos lo manda la fe,
insistamos oportuna é inoportunamente; reprendamos, supliquemos, señalemos el
mal con toda perseverancia y doctrina.” Estas son las palabras del Apóstol San
Pablo, que nos pide con instancia: “Delante
de Dios y delante de Jesucristo, juez de vivos y muertos;” y añade,
profetizando las debilidades humanas y de los tiempos en que vivimos: “Porque vendrá un tiempo en que no se
tolerará la sana doctrina, sino que los hombres se abandonarán apasionadamente
a una multitud de doctores aduladores, y desviándose de la verdad se
alimentarán de fábulas. En cuanto a vosotros, velad y no temáis el castigo
[ii ad Tim., iv].” Nada mas claro que esta regla de conducta; tengamos, pues,
el valor de adoptarla.
“¡Pero se clamará contra la
Iglesia!” Se clamará, y luego ya no se gritará mas. ¿No se grita acaso en el
día? ¿Qué es el periodismo, qué la política en toda Europa sino un grito
permanente contra la Iglesia bajo el nombre de partido clerical de ultramontanisma de fanatismo? Hablemos alto y fuerte en medio de este clamoreo; acordémonos
que nos está prohibido el callar: Vae
mihi; quia tacui!
“Pero pidiendo demasiado, nada
obtendréis.” De ningún modo pedimos
demasiado; pedimos lo que Dios quiere, y lo que los hombres deben darle; lo que
es justo, y, en fin, lo que solamente puede salvarnos a todos. Observadlo bien;
aquí se trata de una cuestión de vida o muerte, como en otro tiempo, entre el
paganismo y el cristianismo; son dos principios que se excluyen el uno al otro,
la Iglesia y la Revolución, Jesucristo y el diablo; entre ellos no hay término
medio. Por otra parte, ¿tendríais aún la simpleza de creer que las concesiones
sirven de algo con los revolucionarios? “Una sola concesión puede
satisfacernos: esta es la destrucción completa y entera del poder temporal de
la Iglesia.” Estas son las palabras textuales de la Revolución. Si pedíamos
poco, nada ganaríamos.
“¡Pero debemos ser caritativos!"
Sí por cierto; la caridad y la dulzura
pueden volver los culpables al buen camino, y por esto hemos de ser siempre
dulces y caritativos; pero las cuestiones de principios son cuestiones de
verdad y no de caridad; y en ellas no hay materia para concesión alguna. Antes
que sociedad de caridad, es la Iglesia sociedad de verdad. Nunca deben
separarse la verdad y la caridad. La cuidad que sacrificase la verdad, dejaría
de serlo, y no sería mas que debilidad y traición.
"¡Pero la prudencia es
necesaria aun para decir la verdad, y tampoco se deben tirar las perlas e los
cerdos!" Sin duda alguna, pero jamás
debe hacerse traición a la verdad, ni a la Iglesia, ni a Cristo, bajo el
pretexto de atraerse con mas facilidad las simpatías de los hombres. Nunca observó
la Iglesia tal conducta; nunca recurrieron a esta falsa prudencia los
Apóstoles, los Papas ni los Santos. Los cristianos que obrasen de otro modo
obrarían mal; y si sus rectas intenciones no los excusaran, serian, a no
dudarlo, culpables a los ojos de Dios.
“¡Pero, en fin, todas los
verdades no son buenas para ser dichas!" Ya lo sé; pero esto se entiende solamente de aquellas
verdades que hieren sin utilidad alguna, y no de aquellas que pueden curar y
salvar. Ahora bien; solo las verdades del orden católico, antirrevolucionario,
pueden salvar el mundo en el tiempo en que nos hallamos. Proclamémoslas y con
una firmeza caritativa salvemos a nuestros hermanos, aun a pesar suyo.
Y, en fin, como dice el P. Lacordaire
en una de sus magníficas Conferencias, “vale más intentar algo, que no intentarlo." No está todo perdido todavía. Las
circunstancias son graves, y todos lo reconocen; la Iglesia pierde cada día mas
su influencia, por no decir su existencia social; por todas partes hay
católicos, y buenos católicos; pero ya no hay poderes católicos, ya no hay
Estados constituidos según el orden divino, el mal revolucionario avanza cada
día mas, como las olas del primer diluvio; pero a pesar de todo, siempre
existen los elementos de salvación. Lo repito con seguridad: el estado actual
del mundo es un estado transitorio. Una de dos: o la Iglesia, en un tiempo
dado, triunfará de la Revolución, y en este caso desaparecerían por sí mismas
estas necesidades de transición, que se nos quiere obligar a aceptar hoy día
como principios, dejando el campo libre a los principios eternos del
cristianismo, o al contrario triunfará la Revolución por algún tiempo; y
entonces, ¿de qué nos habrán servido las concesiones que ahora se nos
aconsejan? Si ha llegado “la hora de las
tinieblas,” la hora del príncipe de este mundo; si está en los altos
designios de Dios que sucumbamos en la lucha, defendiendo hasta el fin los
derechos de Dios; si así debe ser, al menos habremos sido buenos servidores, y
podremos decir con el grande Apóstol: “He
combatido por el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado la fe.
Solo me queda el recibir la corona de justicia que me dará nuestro Señor el
Divino Juez."
“¿Puede acaso la Revolución
triunfar del todo de la Iglesia? ¿Puede acaso perecer la obra de Dios? La obra, de Dios no perecerá, pero sucederá
con la Iglesia lo que sucedió con su Divino Jefe; tendrá como Él su hora, su
pasión, su calvario, su sepulcro, antes de reinar sobre el universo entero, y
antes de juntar bajo el cayado del Pastor celestial a toda la humanidad. Todo
esto lo profetizó el Evangelio.
Pero esta solución muy posible
de la cuestión revolucionaria, merece que nos detengamos un poco en ella.
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