viernes, 27 de diciembre de 2013

LA REVOLUCIÓN (21 Y 22)

Por Mons de Segur

XXI. DE CÓMO SE FORMAN LOS REVOLUCIONARIOS   

Una sociedad se hace revolucionaria cuando no reprime los motines, y las malas pasiones que minan en su seno los grandes principios religiosos y políticos, que son, como hemos dicho mas arriba, la base de todo orden social. Pero aquí solo me ocupo del individuo, y para este, principia casi siempre muy temprano.  

¡Veis aquel niño que muerde y pega a su madre! Es un revolucionario en lactancia. A los cinco años hace ruido en su casa, e impone su capricho a su padre y a su madre; este es un revolucionario en ciernes. De estudiante, se mofa de sus maestros, rompe sus libros, y no hace mas que calaveradas; es un revolucionario ganando cursos en la Universidad. De aprendiz, se forma para el vicio, insulta a los sacerdotes que le prepararon para su primera comunión, los buenos Hermanos, a quienes deba su educación gratuita; es un revolucionario que va formándole. De obrero, se rebela contra su principal, lee y comenta los periódicos demagógicos, se queja del gobierno, entra en las sociedades secretas, hace fiestas los lunes y jamás los domingos; y si se presenta ocasión, sube a las barricadas; es un revolucionario emancipado. Ahí tenéis al revolucionario de chaqueta.  

El revolucionario de levita y gabán es en el colegio un discípulo indisciplinado; sus costumbres están corrompidas mucho antes que tenga edad para ello; prepara motines, y tanto hace, que lo expulsan. Llega a la adolescencia, corriendo de liceo en liceo, ya corrompido, sin fe, ambicioso y determinado; es demócrata sin saber en qué consiste esto; y si sabe algún tanto ensuciar papel, escribe artículos de periódico; revolucionario meritorio. Escribe para el teatro, o folletos; si su prosa tiene aceptación, si por ella logra influencia, una de dos: o pesca un empleo, un puesto lucrativo, y entonces se vuelve hombre de orden; o, al contrario, no pesca, y entonces conspira, firmemente decidido, si la cosa va bien y si llega al poder, a apropiarse lo mas que pueda del bien público y a suprimir el fanatismo y la superstición; gran revolucionario, padre de la libertad. En una palabra, se hace un hombre revolucionario, acostumbrárnosle a rechazar la autoridad paterna, religiosa y política. El gusto de la rebelión se desarrolla cada año más, y bajo la inspiración del demonio, se vuelve muchas veces un verdadero malvado.

XXII. CÓMO SE DEJA DE SER REVOLUCIONARIO 

Las sociedades dejen de serlo haciéndose católicas, completamente católicas, y los individuos acudiendo al sagrado tribunal de la confesión. No existen otros medios para lograrlo.

La Revolución es la rebeldía, el orgullo, el pecado; la confesión y con ella la muy dulce y santa comunión, es la humilde sumisión del hombre a su Creador; es el amor, la fuerza, el orden

He conocido a uno de estos felices convertidos del campo revolucionario. Habíase entregarlo a todos los excesos de la rebelión del espíritu y del corazón; había rechazado la Iglesia como una cosa anticuada y perjudicial, la autoridad como un yugo vil. Siendo representante del pueblo, y perteneciendo al partido de la Montaña, había soñado no sé qué regeneración social. Honrado, sin embargo, en el fondo, y sincero en sus extravíos, pronto vio abrirse delante de si unos abismos que jamás hubiera sospechado; vio de cerca a los revolucionarios, con sus proyectos y sus obras. Partidario de los famosos principios de 89, vio salir de ellos las fatales consecuencias de 93; cogió la Revolución infraganti..., y conducido al bien por el exceso mismo del mal, tendió sus brazos desesperados hacia aquella Iglesia que había desconocido; se arrepintió, examinó, creyó, y depuso a los pies del sacerdote, junto con la carga de sus pecados, la librea horrorosa de la Revolución. Esto sucedió cerca de diez años ha, y desde entonces ha encontrado paz y felicidad. Hace un bien inmenso a su alrededor, dedicándose con santo ardor al servicio de Jesucristo. Y en las filas poco cristianas de nuestros jóvenes demócratas, ¡cuántos nobles corazones, engañados por las utopías revolucionarias, buscan esa paz y esa felicidad sin poderlas encontrar! Las aspiraciones de sus almas no quedarán satisfechas sino cuando se sometan al dulce yugo del Salvador, y cuando, volviéndose verdaderos católicos, experimenten el poder divino de la palabra evangélica: “Venid a mí, todos vosotros los que sufrís y los que trabajáis; yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrareis el descanso de vuestras almas.”  


Y lo que es verdad para el individuo, lo es también para la sociedad; el hijo pródigo, el mundo moderno, miserable por estar lejos de la casa paterna, lejos de la Santa Iglesia, no encontrará reposo mas que a los pies de Jesucristo y de su Vicario sobre la tierra.

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