Por Mons de Segur
VI. ¿ES POSIBLE
CONCILIAR LA IGLESIA Y LA REVOLUCION?
No; porque no lo es más que el
que se avengan entre si el bien y el mal, la vida y la muerte, la luz y las
tinieblas, el cielo y el infierno.
Escuchad lo que dijo en otro tiempo una logia de carbonarios en un documento secreto: "La Revolución solo el posible con
una condición: el aniquilamiento del Papado. Mientras que Roma exista, todas
las conspiraciones del extranjero y revoluciones de Francia no tendrán más que
resultados muy secundarios. Aunque débiles como poder temporal, los Papas
tienen aun una fuerza moral inmensa. Contra Roma deben dirigirse, pues, todos
los esfuerzos de los amigos de la humanidad. Con tal de destruirla, todos los
medios son buenos. Una vez derribado el Papa, naturalmente caerán los demás
monarcas.”
Edgard
Quinet dice por su parte: “Preciso es que caiga el catolicismo. ¡No
haya tregua para el Injusto! No se trata sólo de combatir el papado, sino de extirparlo,
y no solo extirparlo, sino de deshonrarlo, y no solo de deshonrarlo, sino de
hundirlo en el fango.” “En nuestros consejos está decidido, dice
la Venta Suprema, que no consintamos mas
cristianos." Ya antes había dicho Voltaire: “Aplastemos al infame" y Lutero: “Lavemos nuestras manos en su sangre."
La Iglesia
proclama los derechos de Dios,
como principio tutelar de la moralidad humana y de la salvación de las
sociedades; la Revolución solo habla de
los derechos del hombre, constituyendo una sociedad sin Dios. La Iglesia
toma por base la fe, el deber cristiano: la Revolución ningún caso hace del
cristianismo; no cree en Jesucristo: pone la Iglesia a un lado, y se forma no
sé qué deberes filantrópicos, que no tienen otra sanción sino el orgullo del
hombre de bien, y el miedo a los gendarmes. La Iglesia enseña y conserva todos
los principios de orden, de autoridad, de justicia: la Revolución los combate
todos, y con el desorden y la arbitrariedad constituye lo que se atreve a
llamar el derecho nuevo de las naciones, la civilización moderna.
El antagonismo es
completo: luchan entre sí la obediencia y la rebeldía, la fe y la incredulidad.
Ninguna
conciliación es posible,
y menos transición ni alianza alguna. Queda esto bien impreso en vuestra
memoria: que todo cuanto la Revolución
no ha creado, le es odioso; que todo cuanto odia, lo destruye. Que se le entregue hoy el poder absoluto, y
a pesar de sus protestas, será mañana lo que fue ayer y lo que fue siempre: la
guerra a muerte contra la Religión, la sociedad, la familia. Y no diga que,
hablando así, la calumniamos; ahí están sus palabras y sus obras para probarlo.
Acordaos de lo que hizo en 91 y 93, cuando fue dueña del poder.
En
esta lucha, uno de los dos partidos será
vencido tarde ó temprano, y este será la Revolución. Puede ser que parezca triunfar por un momento; podrá ganar
victorias parciales, primero, porque la sociedad, de cuatro siglos a esta
parte, ha cometido en toda Europa enormes faltas que la han atraído un justo
castigo, y luego, porque el hombre es siempre
libre, y la libertad aun cuando se abusa de ella, constituye un gran poder.
Pero
tras el Viernes Santo viene siempre el Domingo de Pascua, y Dios mismo es quien,
con su verdad infalible, ha dicho al Jefe visible de su Iglesia: “Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré
mi Iglesia; y los poderes del infierno no prevalecerán contra ella.”
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