viernes, 12 de octubre de 2012

LA REVOLUCIÓN (10)



Por Mons de Segur

X. LA PRENSA  LA REVOLUCIÓN 

La prensa, en sí misma, ni es buena, ni mala. Es una poderosa invención, que tanto puede servir para el bien como para el mal: todo depende del uso que se hace de ella

Preciso es, sin embargo, confesar que a consecuencia del pecado original, la prensa ha servido mucho mas para el mal que para el bien, y que se abusa de ella en proporciones formidables

En nuestro siglo, la prensa es la gran palanca de la Revolución. 

Para no hablar mas que del periodismo, que es el estado de la prensa mas activo y mas influyente, nadie podrá negar que los periódicos son el peligro mayor para los tronos y los altares. Sin salir de Francia, sobre quinientos cincuenta periódicos, puede que no haya treinta que sean verdaderamente cristianos. Por ochenta o cien mil lectores de papeles públicos que respeten la fe, la Iglesia, el poder, los principios, hay cinco o seis millones de hombres que beben sin cesar el veneno destructor que les ofrecen en abundancia los periódicos impíos.  

Perdóneseme esta comparación: la prensa es en manos de la Revolución un gran aparato para formar los hombres a su gusto

Cuando se quiere enseñar a un canario un canto cualquiera, se le repite este canto diez y veinte veces al día con un organillo ad hoc. Los jefes del partido revolucionario, para formar lo que dicen la opinión pública, para introducir en las cabezas sus fatales ideas, recurren a la prensa; cada día dan vueltas a la llave del orgullo, cada día repiten en sus periódicos el aire que quieren enseñar al público, pronto este lo canta como los dichos canarios. Ahí tenéis la opinión pública. 

Para la Iglesia, que no quiere aprender este aire, se emplea otro medio. La Revolución procura adormecerla. Pretende, como todos saben, que la Iglesia católica ya no está a la altura del siglo. Con una bondad hipócrita finge querer armonizarla con las ideas modernas; pero en realidad quiere matarla. Se acerca, pues, a la Iglesia y le presenta su pérfido aparato, la prensa; le dice palabras dulces y hermosas le hace declaraciones piadosas, y procura adormecer los guardianes de la fe. La Iglesia desconfía; el Papa y los Obispos rehúsan tales lecciones. Entonces la Revolución arroja la máscara, trasforma su aparato en máquina de guerra, y ataca de frente aquella enemiga que no ha podido adoctrinar ni ahogar

Y lo que digo del periodismo en Francia, debe decirse, quizá con mas razón, de Inglaterra, Bélgica, Rusia, Alemania, Suiza, y sobretodo el Piemonte y de la pobre Italia. Cerca de mil quinientos periódicos son los que diariamente ven la luz del día en Europa; de este número, ¿cuántos hay que sean amigos verdaderos de la Iglesia?  

Se comprende fácilmente que no puede ser de otro modo, si se penetra un poco en los misterios de la redacción de los periódicos. Salvo algunas excepciones honrosas, y por desgracia harto raras, los periodistas de profesión ejercen un verdadero comercio, en detrimento del público. No tienen ni convicciones religiosas ni políticas; su conciencia está en su tintero, y venden la tinta al que más la paga. Según el interés de su bolsillo, harto vacío regularmente por mala conducta, pleitean con noble ardor por el pro y por el contra, riéndose de sus crédulos lectores

Halagan al espíritu de oposición para aumentar el número de sus abonados, y los periódicos mas malos y mas insulsos son a veces los que dan mejores resultados a sus redactores. ¡Y estos son los maestros de la sociedad! ¡En qué manos ha venido a parar la conciencia pública! A impulso de las sociedades secretas, el periodismo revolucionario hace guerra con todas sus plumas a la Iglesia, y hará perder la fe en Europa, si Dios, en su misericordia, no se apresura a desbaratar esta conspiración vasta e infernal.  


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